Juan Manuel Castro Prieto, Rafael Trapiello

Solovki es la isla principal del archipiélago Solovetsky (Rusia), en
mitad del Mar Blanco. En la zona más protegida de la isla, a orillas de
un puerto natural, se encuentra el complejo ortodoxo Monasterio
Solovetsky, Patrimonio de la Humanidad. Pero Solovki, además, fue una
prisión soviética, y no una cualquiera. Según Aleksandr Solzhenitsyn,
Solovki fue la madre del Gulag, el terrible sistema soviético penal de
campos de trabajo. Activo desde 1924 hasta 1939, fue el campo que sirvió
de modelo y base para todas las prisiones que vendrían después.
Hoy en día, todo el mundo, habitantes, monjes, autoridades, trata de
enterrar este trágico pasado. Sin embargo, los lugares tienen memoria, y
esa memoria queda impresa en las vidas de las personas que los habitan.
Está presente en sus vidas cotidianas, en sus casas, en sus costumbres,
es imposible escapar de ella. El hecho de que Solovki sea una isla en
mitad del Mar Blanco, llamado así por congelarse casi la mitad del año,
acentúa en el inconsciente colectivo el recuerdo de la prisión. Tan solo
un avión semanal, si las condiciones climatológicas lo permiten,
conecta el pequeño archipiélago con el continente.
Juan Manuel Castro Prieto y Rafael Trapiello han querido explorar
visualmente este territorio, buscando la relación entre infierno y
paraíso que lo define. Utilizando una estrategia narrativa más cercana a
la poesía que al documental, en todas sus imágenes está presente la
extraña tensión que existe entre la espiritualidad y belleza del entorno
y el terrible pasado que soportan las islas sobre su espaldas.
Paula Anta Nudos: Topología de la memoria

Colección de cúmulos vegetales que, tras una apariencia caótica y
aleatoria, descubren la existencia de un orden universal. Estas marañas
de ramificaciones no están olvidadas como partes de una ruina. Toda la
vorágine vegetal corresponde a un orden universal, aunque su apariencia
sea confusa y nos ocasione desconcierto.
La belleza de esta ordenación caótica radica en su descubrimiento,
ubicado desde lo más minúsculo e interno de nosotros hasta proporciones
que son casi inaccesibles para nuestra imaginación. Por ejemplo, estas
marañas vegetales podemos encontrarlas en los dibujos de las propias
conexiones neuronales (neuronal forest) o en los movimientos de
galaxias unidas gravitacionalmente, que se desplazan generando líneas
en nuestra imaginación visual. Descubrimos así que lo externo se
encuentra en nosotros mismos. Un fondo dorado sobre el que se dibujan esas líneas. Una base que
representa un estado superior, atemporal, sagrado. Pero también la luz
sobre la que se dibujan esos nudos de líneas aparentemente caóticas. La
luz que ilumina nuestra mirada, el brillo de las estrellas que llega a
nosotros: la luz como energía, la luz como origen de la propia
naturaleza fotográfica.
Ha Aretz Roger Grasas
Ha Aretz (expresión extraída de la lengua que supuestamente
habló Jesucristo, el arameo, y que significa literalmente “la tierra
prometida”). Realizado en siete años (2010-2017) y siete países (Israel,
Palestina, Egipto, Líbano, Jordania, Siria y Turquía), documenta
algunas de las poblaciones más antiguas de la humanidad habitadas de
forma continuada, como Jerusalén, Jericó, Nazaret, Belén, Beirut o
Damasco.
La serie remite al observador a una reinterpretación de los paisajes
bíblicos en los que, según los historiadores, tuvieron lugar sus
pasajes, en imágenes inquietantes fotografiadas bajo el filtro de
coyunturas contemporáneas como la globalización, la sociedad de consumo,
la hipertecnificación, el turismo de masas o la devastación de la
guerra. Pretende ser una reflexión acerca de la posible evolución (o
involución) de una región ancestral, cuna de civilizaciones, y en
particular de la feroz potencia del binomio capitalismo-tecnología que
reina hoy en el horizonte de la posmodernidad. Destaca la conexión entre
espacio e historia, así como su capacidad de documentar un problema
global de manera muy personal y de múltiples lecturas.