Nací el siglo XIX, en el norte de Portugal, e ignoro qué significa ser parte de este país. ¿Qué beneficios han concedido al pueblo los reyes de las diversas dinastías desde la comodidad de sus tronos, aparte de someterlo a sus caprichos? Esta gentuza de sangre real todavía no ha declarado la verdadera abolición de la esclavitud, que se promulgó en 1869. Pese a todo, yo decidí contar mi historia, soltarla a los cuatro vientos, un primero de noviembre, mes que coincide con el terremoto de Lisboa.
Era de madrugada, hacía frío y yo estaba tapado con una manta raída, la única que había en la casa. A la luz de la vela, los objetos sobre el operador eran como fanrtasmas a los que, de vez en cuando, ahuyentaba con aspavientos. Son más perseverantes que mi propia voluntad, me dan guerrra, forman siluetas en la pared, que no identifico con nitidez. Tengo una vida precaria, palpita en mi pecho, me brinda una frescura que mi memoria rehuye, pues se ahonda en el infierno. Gracias a estos recuerdos, visito la aldea en la que nací e inevitablemente la resucito.
Un día llegare a Sagres narra la historia de
Portugal, de una civilización en movimiento perpetuo a traves de la
vida de un individuo aparentemente insignificante, un campesino
temerario, pero que quizá lo sea en un momento en que lo que más falta
hace es temeridad. Mateus es un personaje desclasado, un paria que ni siquiera gozó del amor de una madre. Fue su abuelo, Vicente, quien se ocupó de él y le dio el afecto necesario para que se desarrollara con cierto equilibrio. Al dejar atrás el espacio conocido, Mateus huye de
su origen bastardo, de una madre desnaturalizada y de su infinita
pobreza, pero sobre todo, pretende escapar de sí mismo y de los fantasmas que atenazan a los hombres.
En cierto modo, pues, la novela se traduce en un ajuste de cuentas con
el pasado, con un tiempo ingrato, con una vida larga que a menudo se
revela atroz, hasta que se cierra el círculo y surge un espacio para el
perdón y el afecto.
El texto está formado por capítulos breves que
reflejan diversos momentos de la existencia de Mateus. En unos domina
una profunda espiritualidad y en otros una carnalidad explícita ante la
que no tiembla la pluma de la autora. Hay en la obra, además, un aroma
de muerte y de vejez indiscutibles, y la presencia de algunos contenidos genuinos de Piñon como la memoria, la escritura o la familia,
aderezados con el devenir de un país al que profesa una estimación que
las palabras trasparecen. A ello hay que añadir las referencias
intertextuales, especialmente literarias (Camões), que revelan la enorme
potencialidad de la narración.