Los doscientos pantalones se llenan de viento y se inflan. Me parecen hombres gordos sin cabeza, que se balancean colgados de las cuerdas del tendedero. Los chicos corremos entr elas hileras de pantalones blancos y repartimos azotazos sobre los traseros hinchados. La señora Encarna corre detrás de nosotros con la pala de madera con que golpea la ropa sucia para que escurra la pringue. Nos refugiamos en el laberinto de calles que forman las cuatrocientas sábanas húmedas. A veces consigue alcanzar a alguno; los demás comenzamos a tirar pellas de barro a los pantalones. Les quedan manchas, como si se hubieran en suciado en ellos, y pensamos en los azotes que le van a dar por cochino al dueño.
Madrid 1905, Barea vive con sus tios que le han "adoptado" y le dan una educación que no tendría con su madre, lavandera y criada de los tíos. A los 13 años muere el tío José y la vida de Barea da un giro, empieza a trabajar, deja de ser niño y se enfrenta al mundo duro del meritorio para entrar en un banco. Barea, con la voz del niño que fue, cuenta esos años con la inocencia
necesaria, con precisión, sin fantasía. Su familia, sus amigos, su
colegio. Buscarse la vida. Sobrevivir. La pobreza. Los sueños que
habitan en el pueblo del verano. Los abuelos. Navalcarnero. La antesala
de Madrid.
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