El prisionero del Cáucaso V. Makanin
Lo más probable es que ninguno de los dos soldados supiera que la belleza iba a salvar el mundo, pero ambos, más o menos, sabían lo que era la belleza (la belleza del entorno) demasiado bien (los asustaba). De la garganta montañosa brotó, inesperadamente, un arroyo. Un claro teñido por el sol de un amarillo deslumbrante los puso todavía más alerta. Rubajin era el que marchaba al frente, por tener más experiencia. Este espacio lleno de sol le recordó su infancia feliz (aunque no la había tenido). Unos orgullosos árboles sureños (no conocía sus nombres) se mantenían distantes sobre la hierba. pero lo que más inquietaba a aquella alma de la llanura era la hierba alta, que respiraba bajo un viento débil.
- Espera, Vova. No corras- dijo Rubajin en voz muy baja.
Makanin estudió cine, el relato agridulce El prisionero del Cáucaso despliega paneos de diálogo, como en el regateo de armas entre los comandantes Gúrov y Alibékov; en el peor de los infiernos posibles, la crueldad de la
guerra no puede arrebatar la belleza de los guerrilleros. Ese parece ser
un mensaje de Makanin. Un fusilero Vovka, que se da tiempo para
embriagarse y tener sexo con una mujer que apenas conoce en un puesto de
paso, e ir con su destacamento escuchando la radio tan alto sin
importarle el peligro de no permitirle escuchar al enemigo acercarse, la
belleza de un enorme y musculoso Rubajin quien, para evitar que su
prisionero sea explotado sexualmente en un barracón militar, se niega a
“canjear” al apuesto joven para obtener beneficios en la comida.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire