dimanche 14 juillet 2019

La falsa pista H. Mankell

Empezó su transformación temprano, al amanecer.
Lo había planeado todo al detalle para que nada fracasase. Tardaría el día entero y no quería arriesgarse a tener problemas a causa del tiempo. Asió el primer pincel y lo alzó ante sí. Escuchaba los tambores que sonaban en la cinta, grabada por él, del radiocasete que estaba en el suelo. Contempló su cara en el espejo. Luego trazó las primeras líneas negras en la frente. Notó que tenía la mano firme, que no estaba nervioso, pese a que era la primera vez que se pintaba su camuflaje de guerrero. Lo que hasta ese momento había sido una huida, su manera de defenderse contra todas las injusticias a las que siempre había estado expuesto, se convertía ahora en realidad. Con cada línea que se pintaba en la cara parecía dejar atrás su vida anterior. Ya no había retorno posible. Precisamente esa noche el juego había acabado para siempre y se iría a una guerra en la que las personas debían morir de verdad.
La psicología de un asesino en serie, que además es menor de edad. Jóvenes, niños aún, que pueden cometer crueldades como las que se suceden en la persona de un ex ministro de justicia, un marchante de arte, un vulgar ladrón y un asesor financiero de sociedades fantasmas, todos salvajemente asesinados con un hacha a los que como similar ritual se les arrancó la cabellera. Peor, aún hay estómago para no comprender el peor de los suicidios, el de una joven asustada que se quema a lo bonzo. Todas las víctimas estaban de alguna forma conectadas a su vez en asuntos turbios que conducen a la trata de blancas. Estamos en uno de los veranos más calurosos, 1994, de Suecia, y el Mundial de Fútbol desata pasiones. Pero Mankell tiene la costumbre de despistarnos desde el mismo comienzo, (el prólogo por ejemplo) cuando mueve la cámara fuera de campo, a otro lugar, a otro tiempo, desliz que a su vez tendrá una correlación con el punto final. Parece como si avanzáramos en cámara lenta, en un espacio tridimensional donde las intuiciones de la sensibilidad de Wallander se proyectan traspasando la dimensión del crimen, y la recepción del lector. No deja la costumbre, Mankell, de terminar cada capítulo con un pequeño sobresalto que nos pone en guardia. Ni olvida sus digresiones, haciéndolas habitar en Wallander, sobre la vida policial, el mundo que habita, el amor, la soledad, la melancolía o el peso de los años. “Decidió que en ese momento estaban sumergidos en una época que se podría llamar el tiempo de los fracasos. Las ilusiones que se habían forjado resultaron ser menos sólidas de lo esperado. Creían edificar una casa y lo que hacían en realidad era erigir un monumento sobre algo ya pasado y casi olvidado. Suecia se derrumbaba alrededor de él, como un sistema político de estantes gigantescos que se viniera abajo…

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