Black, black, black M.Sanz
-¿Sí, Zarco?, qué me cuentas?
Ayer me puse mis pantalones con la raya perfectamente definida, mi
pullover más elegante, mi chaqueta cruzada, y salí a la calle con los ojos
ocultos tras unas gafas de sol. Me perfumé con una colonia que huele a madera y
a musgo. Como un refinadísimo Philo Vance. Al mismo tiempo, fuerte, viril.
Guapo. No puedo evitar ser una persona pulcrita ni que me gusten los muchachos
de baja estatura y complexión débil. Ni que se me vayan los ojos.
Mis clientes son una familia destrozada por el estrangulamiento de su
hija; una familia que no entiende que la policía no haya aún apuntado con el dedo hacia ningún sospechoso y haya
archivado el caso después de un año de infructuosas investigaciones. El marido
de la muerta aún vive en el que fue su hogar conyugal y no puede decirse que
sus suegros se fíen de él.
Un detective homosexual que
mantiene buenas relaciones con su ex mujer y le cuenta sus pesquisas acerca del
crimen de una joven geriatra casada con un albañil marroquí. Va conociendo a
algunos de los vecinos, se enamora del joven Olmo coleccionista de mariposas,
su madre Luz está en tratamiento y escribe un diario en el que confiesa
crímenes, ¿reales?
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