
Imagina una ciudad sin pasado. Una ciudad nueva, recién hecha, haciéndose. Una ciudad que solo piensa en futuro: solo es en futuro. La flecha del tiempo muy recta. La flecha de lo que deseas muy recta hacia el porvenir. Hacer ahora para. Imagina. Tres bloques de pisos primero, ocho después, veinte, noventa y dos, ciento quince, doscientos cuarenta y tres pisos, trescientos cuarenta y ocho y luego más, y todos los bloques de pisos casi iguales. Tres torres de doce alturas se mezclan con casas bajas en el centro de esta ciudad, casas del pasado, de cuando esta ciudad nueva, recién hecha, haciéndose, era un pueblo, casas de piedra cántabra con balcones de roble y geranios rojos, también rosas blancas y hortensias azules, casas de las de antes que van cayendo ante el progreso, ese mito, y dejan solares que tampoco durarán, vacíos los solares que no duraran como no duró el camelio de la casa del Indiano, junto a la palmera, ni el prao del loco. El supermercado de Villalobos está aún en una de estas casa de dos alturas, al caja de pimientos verdes bien colocada en la puerta junto a la de los tomates del Loco Antonio, que tenía un prao que vendió para que unos de Santander construyesen más bloques de pisos, quinientos cincuenta y siete bloques ya.
Novela, coletazos autobiográficos y ensayo para bucear en la identidad de una generación entera: la de los nacidos a comienzos de los ochenta, los que se criaron sin Internet, los nietos de los abuelos que se deslomaban en la fábrica y en la mina, los desclasados, los que se fueron a Madrid a cazar un sueño, los que devoraban pipas crac crac crac crac los viernes por la tarde en un banco del parque, que nunca era un banco cualquiera, sino su banco. Pipas se hace preguntas muy valiosas -no todas con respuesta, sobre cómo incidió en nosotros el estado del bienestar yéndose al garete, la desindustrialización, las drogas que dejaron miles de familias amputadas, la torpeza emocional de los mayores, su empuje a que fuésemos alguien en la gran ciudad, donde algunos solo se acabaron muriendo de frío. Y también te saca una sonrisa de lado: qué bien nos conocen nuestros amigos, ¿qué sería de mí si hubiese tomado una curva diferente? ¿Quién soy yo de vuelta a la casa de mis padres, lejos del ruido? Emociona
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