2023 USA, Reino Unido, Polonia 106 min Drama Sobre la novela Martin Amis Dirección Jonathan Glazer Con Sandra Hüller, Christian Friedel, Freya Kreutszkam, Max Beck, Imogen Kogge, Ralf Zillmann.
Todo es frío en Zona de interés, la ausencia buscada del
primer plano de los actores ayuda en eso, en transmitir la inhumanidad
de unos personajes que no sienten nada, también la fotografía luminosa y
sin color, como esos documentales que hemos visto muchas veces de
Hitler y su amante Eva Braun captados en su vida cotidiana. Los
monstruos viven pared con pared con el matadero y respiran su aire. Las
hermosas lilas que cuida con esmero Hedwig son abonadas con ceniza
humana, porque hay que aprovecharlo todo por el racionalismo alemán. En
cada plano exterior del film, que casi en su totalidad está filmado en
la casa y en el jardín, se ve el humo de las chimeneas de los
crematorios que tiñen de rojo el cielo al anochecer. Distantes, se oyen
el rumor feroz de los hornos que trabajan a destajo y los disparos de
los guardianes que juegan al tiro al blanco con los presos, el ladrido
de los perros, los gritos de las víctimas. En una de las secuencias
Höss, que no tiene ningún tipo de relación afectiva ni sexual con su
esposa (no la roza, no la acaricia, duermen en camas separadas, a lo más
que llegan es a reírse de chistes vulgares o a irritarse ella cuando él
insinúa que quizá tengan que cambiar Auschwitz por otro destino), se
hace traer a una joven judía de pelo muy largo para disfrutarla, y hay
otra elipse. En el siguiente plano se le ve andando por un dédalo de
túneles subterráneos, aproximarse a un fregadero y lavarse con ferocidad
ese pene que ha entrado en el cuerpo de ese ser indeseable al que habrá
ordenado que maten a continuación.
Jonathan Glazer habla de la vida cotidiana de esos asesinos
implacables y fríos que no eran conscientes de sus monstruosidades
sencillamente porque habían perdido toda noción de empatía y los judíos
no eran humanos y por esa razón se los podía eliminar de la faz de la
tierra, e intercala secuencias misteriosas y oníricas filmadas en
negativo con una cámara termodinámica y con efectos sonoros inquietantes
en donde una niña sale por las noches a dejar comida a los presos
judíos. Solo la madre de Hedwig, que viene a pasar unos días con ella y
su yerno y se lamenta de la detención de una conocida (la hija solo
aduce de que no pudo hacerse con unas cortinas que le gustaban y que,
como todos los bienes de los judíos, se repartían entre los vecinos
cuando se los llevaban), muestra un ligero horror cuando atisba al
exterior por la ventana del cuarto de invitados y desaparece a la mañana
siguiente.
“El libro de Martín Amis” dice el director “me enseñó el coraje para
retratar a los verdugos como gente absolutamente normal, son
terriblemente comunes, aburridos, son nuestros vecinos, somos nosotros
movidos por ese impulso corriente de aspirar a una vida acomodada,
aburguesarse, y eso me fascinó”. En un momento del film se produce un
salto temporal fantástico a la actualidad, Rudolf Höss desciende por una
escalinata solitaria, no se encuentra bien, puede que vomite, y
aparecen las estancias del museo del Holocausto de Auschwitz, la sala de
los zapatos, la de las maletas, los hornos crematorios, las cámaras de
gas siendo limpiadas por las empleadas del complejo que dejan los
cristales relucientes tras los que los visitantes de ese parque temático
del horror que está junto a una de las ciudades más bellas de Europa,
Cracovia, ven la escoria que dejó esa masacre industrial.
Los nazis eran buenos padres, cariñosos con sus vástagos mientras
asesinaban a los de las razas inferiores. Rudolf Höss recita el cuento
de Hänsel y Gretel a su hija, para que duerma, y se recrea en
el pasaje en que meten a la bruja en el horno y la queman, cuando al
lado, mientras explica ese cuento, arden personas en el plano real. La
esposa Hedwig, despótica con su servidumbre cuando se irrita, arribista,
orgullosa de su papel de reina de Auschwitz, le dice a Höss que cuando
acabe la guerra comprarán una granja. Mi marido está siempre trabajando,
dice a sus amigas, calificándolo de un adicto al trabajo y un
perfeccionista. Rudolf Höss, un burócrata sin alma, se jactaba de poder
eliminar en un solo día a 25.000 personas, convertir sus vidas en humo
en un santiamén. No entendió que lo colgaran cuando se había limitado a
hacer bien su trabajo.