La zona de interés J. Glazer
Todo es frío en Zona de interés, la ausencia buscada del primer plano de los actores ayuda en eso, en transmitir la inhumanidad de unos personajes que no sienten nada, también la fotografía luminosa y sin color, como esos documentales que hemos visto muchas veces de Hitler y su amante Eva Braun captados en su vida cotidiana. Los monstruos viven pared con pared con el matadero y respiran su aire. Las hermosas lilas que cuida con esmero Hedwig son abonadas con ceniza humana, porque hay que aprovecharlo todo por el racionalismo alemán. En cada plano exterior del film, que casi en su totalidad está filmado en la casa y en el jardín, se ve el humo de las chimeneas de los crematorios que tiñen de rojo el cielo al anochecer. Distantes, se oyen el rumor feroz de los hornos que trabajan a destajo y los disparos de los guardianes que juegan al tiro al blanco con los presos, el ladrido de los perros, los gritos de las víctimas. En una de las secuencias Höss, que no tiene ningún tipo de relación afectiva ni sexual con su esposa (no la roza, no la acaricia, duermen en camas separadas, a lo más que llegan es a reírse de chistes vulgares o a irritarse ella cuando él insinúa que quizá tengan que cambiar Auschwitz por otro destino), se hace traer a una joven judía de pelo muy largo para disfrutarla, y hay otra elipse. En el siguiente plano se le ve andando por un dédalo de túneles subterráneos, aproximarse a un fregadero y lavarse con ferocidad ese pene que ha entrado en el cuerpo de ese ser indeseable al que habrá ordenado que maten a continuación.
Jonathan Glazer habla de la vida cotidiana de esos asesinos implacables y fríos que no eran conscientes de sus monstruosidades sencillamente porque habían perdido toda noción de empatía y los judíos no eran humanos y por esa razón se los podía eliminar de la faz de la tierra, e intercala secuencias misteriosas y oníricas filmadas en negativo con una cámara termodinámica y con efectos sonoros inquietantes en donde una niña sale por las noches a dejar comida a los presos judíos. Solo la madre de Hedwig, que viene a pasar unos días con ella y su yerno y se lamenta de la detención de una conocida (la hija solo aduce de que no pudo hacerse con unas cortinas que le gustaban y que, como todos los bienes de los judíos, se repartían entre los vecinos cuando se los llevaban), muestra un ligero horror cuando atisba al exterior por la ventana del cuarto de invitados y desaparece a la mañana siguiente.
“El libro de Martín Amis” dice el director “me enseñó el coraje para retratar a los verdugos como gente absolutamente normal, son terriblemente comunes, aburridos, son nuestros vecinos, somos nosotros movidos por ese impulso corriente de aspirar a una vida acomodada, aburguesarse, y eso me fascinó”. En un momento del film se produce un salto temporal fantástico a la actualidad, Rudolf Höss desciende por una escalinata solitaria, no se encuentra bien, puede que vomite, y aparecen las estancias del museo del Holocausto de Auschwitz, la sala de los zapatos, la de las maletas, los hornos crematorios, las cámaras de gas siendo limpiadas por las empleadas del complejo que dejan los cristales relucientes tras los que los visitantes de ese parque temático del horror que está junto a una de las ciudades más bellas de Europa, Cracovia, ven la escoria que dejó esa masacre industrial.
Los nazis eran buenos padres, cariñosos con sus vástagos mientras asesinaban a los de las razas inferiores. Rudolf Höss recita el cuento de Hänsel y Gretel a su hija, para que duerma, y se recrea en el pasaje en que meten a la bruja en el horno y la queman, cuando al lado, mientras explica ese cuento, arden personas en el plano real. La esposa Hedwig, despótica con su servidumbre cuando se irrita, arribista, orgullosa de su papel de reina de Auschwitz, le dice a Höss que cuando acabe la guerra comprarán una granja. Mi marido está siempre trabajando, dice a sus amigas, calificándolo de un adicto al trabajo y un perfeccionista. Rudolf Höss, un burócrata sin alma, se jactaba de poder eliminar en un solo día a 25.000 personas, convertir sus vidas en humo en un santiamén. No entendió que lo colgaran cuando se había limitado a hacer bien su trabajo.
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