Los Gestos P. Messiez
Topazia, admiradora de Mina proyecta hacerle un homenaje en una
futura sala de fiestas. Ella misma ha heredado el espacio que tenemos
delante. Una especie de ciclorama que Mariana Tirantte
ha ideado para que contemplemos Roma y escuchemos a las chicharras y a
las campanas. La ambientación, al menos, es sugerente. Pero observar a
la actriz con un leve histrionismo repetir su ensayo a las órdenes de un
tal Sergio, no nos lleva a ningún sitio. Él es Emilio Tomé,
quien anhela, por su parte, homenajear a Passolini.
Apenas le da para discutir y perfilar diálogos atascados. Cuando aparece
la coreógrafa Elena Córdoba, que hace de madre de
Topazia, y hace su danza, uno puede reconocer, en la síntesis de esas
pinceladas con los demás, que la perspectiva de Pina Bausch, en la
alguna medida, acontece. Un pianista que se presenta cada dí y reclama el pago en la última escena. Unas sillas que se vuelven de espaldas al espectador. Un teatro que nada tiene que ver con el del absurdo. Una modernez que resulta desestructurado pero no se sabe cual es el objetivo.
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