Nos mandamos besos con un plural genérico. Muchos besos. Pero cada beso es único, como lo son cristales de nieve. No se trata sólo de cómo nos lo damos, sino de cómo surgen: de la intención que los origina, de la tensión que los acompaña. Y se trata también de cómo los recibimos o rechazamos, de con qué vibración- de alegría, de excitación, de vergüenza- los recibimos. Hay besos que resuenan en el silencio o se ahogan en el ruido, besos que van empapados en lágrimas o acompañados de carcajadas, besos que se dan al sol o en la invisible oscuridad.
Asistimos al ascenso al poder de Marajá, que se enfrenta a
otras familias que quieren restablecer el orden anterior. Saviano
retrata las guerras de los clanes por el control de la droga y los
camellos, la presencia de bandas de gitanos, chinos y albaneses, los
tentáculos del crimen organizado que se extienden hacia el norte del
país, las venganzas, las traiciones y la sangre con la que se pagan. Y
de nuevo nos topamos con Nápoles, esa ciudad devastada por la Camorra, y
con esos jóvenes cuyos sueños se componen de coches de lujo, armas,
sexo, cocaína y violencia que engendra más violencia. Podríamos estar
ante una tragedia shakespeariana, con sus ambiciones, codicia,
deslealtad, luchas por el trono, tentativas de redención, personajes que
pugnan por mantener la dignidad en medio de la podredumbre... Pero
estamos ante la más cruda realidad, plasmada por Roberto Saviano, cronista imprescindible de la
descomposición moral y social del sur de Italia a manos de los clanes
mafiosos.