El burlador de Sevilla T. de Molina
La escenografía, una larga mesa giratoria y un cortinaje que
crean un espacio abstracto e impersonal. Un purgatorio para los
sentimientos en el que todo está, como decía la vieja broma, a cero
grados: ni frío ni calor. Tiene el montaje algún momento de belleza,
como la lluvia fina que empapa a los actores, y una apuesta por el
distanciamiento a través de la farsa también: Antonio Comas,
actor y músico, combina su papel de Rey con números al piano y pito de
caña -ese silbato que tiene toda chirigota que se precie-, una comicidad
que choca con la austeridad expresiva del montaje.Las cuatro actrices aportan el fuego que les deja el código del montaje,
escapándose como pueden con algo de emoción y talento, pero sin poder,
claro, dejar de ser seres gélidos a los que cuesta asociar a una
desgracia. Como ocurre con casi todo el reparto, son convidados de
piedra también en esta historia. Don Juan burla a las mujeres y roba su honor -era entonces la prenda
más valiosa- con burdos engaños como valerse de la oscuridad para
hacerse pasar por otro. Falla el ritmo, la escenografía y el verso, se hace largo.
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