El guardian entre el centeno J.D. Salinger
Si realmente les interesa lo que voy a contarles, probablemente lo primero que querrán saber es dónde nací, y lo asquerosa que fue mi infancia, y qué hacían mis padres antes de tenerme a mi, y todas esas gilipolleces estilo David Coperfield, pero si quieren saber la verdad no tengo ganas de hablar de eso. Primero porque me aburre y, segundo, porque a mis padres les darían dos ataques por cabeza si les dijera algo personal acerca de ellos. Para esas cosas son muy susceptibles, sobre todo mi padre. Son buena gente y todo eso, no digo que no, pero tambien son más susceptibles que el demonio. Además, no crean que voy a contarles toda mi maldita autobiografía ni nada de eso. Sólo voy a hablarles de unas cosas de locos que me pasaron durante las Navidades pasadas, justo antes de que me quedara bastante hecho polvo y tuviera que venir aquí y tomármelo con calma.
La metáfora central de la novela, la del deseo de Holden de convertirse
en el guardián que se esconde entre el centeno y que sujeta a los niños
antes de que se despeñen por el barranco de la vida adulta, una de las
más poéticas de la literatura del siglo XX. Pero la historia de Holden
no deja de ser la de un adolescente cualquiera… idealizado por un
adulto.
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