Frankenstein en Bagdad A. Saadawi
La explosión se produjo dos minutos después de que se partiera el microbús Kia en el que viajaba la anciana Elisua Um Daniel, la madre de Daniel. Los pasajeros se volvieron de golpe y vieron aterrados, a través del cristal posterior del vehículo, como una inmensa nube de humo oscuro se elevaba por encima del aparcamiento junto a la plaza Tayerán, en pleno centro de Bagdad. Vieron a jóvenes correr hacía el lugar d ela explosión y varios coches amontonados en la isleta central o que habían chocado a consecuencia del pánico y del caos. Después oyeron una barahúnda de voces entremezcladas, gritos crispados, gemidos y cláxones.
Lo tragicómico ha funcionado siempre muy bien como un punto de partida
desde el que contar las secuelas de la guerra. Como si la condición
humana ya te hubiera decepcionado hasta tal punto que es imposible
tomársela en serio. Y de eso va esta novela: un trapero de Bagdad al que
miran de reojo sus vecinos por su descuidado aspecto es un parlanchín
contador de historias, un constructor de relatos. Pero no es lo único
que fabrica: recoge restos humanos que las bombas de aquella eterna
guerra de Irak sigue produciendo y produce un Frankenstein que toma
vida, el Como-se-llame. Picaresca, novela gótica a ratos, nos mete de
lleno en la urdimbre de una comunidad destrozada por la barbarie.
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