El último barco D. Villar
La mujer alta dejó de leer, se tumbó boca arriba y notó que le vencía el sueño. Incluso con los ojos cerrados, sentía el destello del sol en los párpados. Le gustaba la soledad de aquella playa en la que podía pasar las horas sin otra compañía que el libro, el rumos de las olas y el canto de las aves que tenían su nido entre las dunas.
Aún no se había dormido cuando creyó percibir una risa de niño. Se incorporó y vio la sombra de un pájaro que se movía en la arena. Levantó la mirada y lo vio pasar planeando con las alas muy quietas. Detrás, con los brazos levantados como si pudiese alcanzarlo, había llegado corriendo el chiquillo. Se había detenido al descubrirla entre las dunas y ahora la miraba fijamente con sus grandes ojos oscuros. Tendría unos ocho años y solo llevaba puesto un traje de baño verde mar. En el lugar en el que debía estar su mano izquierda no había más que un muñón.
El último barco, en sus más de setecientas páginas, nos trae un nuevo caso de Leo Caldas, el inspector de policía de Vigo, ambientado en la Escuela de Artes y Oficios. A través
de los diálogos se van presentando los distintos personajes que aparecen
perfilados, a veces solo intuidos, en sus palabras, en sus gestos, en
silencios y miradas, incluso en el tono que emplean, mostrado todo ello
con una certera habilidad literaria.
Destaca
aquí el enigmático Camilo, un joven impenetrable cuyos silencios,
extraños balanceos y un don especial describen sus peculiaridades
personales, contradictorias y quizá claves en la investigación.
El
vagabundo que mendiga apostado con su perro, testigo de mucho más que el
deambular de los transeúntes, y que acostumbra a ofrecer breves
enseñanzas de latín a cambio de unas monedas.
El
impulsivo y malhumorado agente Estévez, ayudante del inspector Caldas,
con su fondo de bondad, al que se le hace difícil comprender el carácter
indeciso de los gallegos.
El padre
de la chica desaparecida, el fotógrafo y naturalista inglés, un viejo
pescador amante de los jilgueros, los profesores de la escuela, el
comisario, el locutor sin escrúpulos… componentes, junto a otros muchos
secundarios fundamentales, de un paisaje humano muy ligado a la tierra
en que se desarrolla la historia.
La
crueldad en esta novela negra queda fijada en los prejuicios, en la
hipocresía, la mentira y el engaño; en el encubrimiento de la
degradación humana bajo una apariencia de normalidad.
Novela redonda,
alejada siempre de rebuscados artificios literarios que se devora en un fin de semana.
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