El mandarín E. de Queirós
En aquella época vivía en la Travessa da Conceiçao
número 106, en la casa de huéspedes de doña Augusta: la espléndida doña
Augusta, viuda del comandante Marqués. Tenía dos compañeros: el Cabrita,
empleado en la Administración del barrio central, flaco y amarillento como una
vela de entierro; y el bizarro y exuberante teniente Couceiro, gran tañedor de
guitarra francesa.
Mi existencia era muy apacible y equilibrada.
Durante toda la semana, con los manguitos de alpaca sobre el pupitre de mi
oficina, me dedicaba a trazar en el papel Tojal del Estado, con una
hermosa letra cursiva, estas sencillas frases: “Ilmo. Y Excmo. Sr.: Tengo el
honor de comunicar a V.E. …Tengo el honor de entregar a V.E., Ilmo. Y Excmo.
Sr…”
Cuento breve fantasioso y fantástico, no exento de
humor. En un rincón apartado de China vive un mandarín inmensamente rico, Un
genio te ofrece tocando una campanilla acabar con su vida, sin consecuencias
penales para ti y en el mismo instante toda su fortuna pasará a tus manos.
Tocarías tú la campanilla?
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