El jardín del fin A.Rodicio
Un viaje por el Irán de ayer y hoy. El viaje a irán comienza en el armario: en la búsqueda de ropajes negros y largos. Una cortina psicológica que se levanta con el visado de entrada y se materializa con la llegada nocturna de todos los vuelos internacionales a la capital.
La identidad femenina puede descubrirse en la cabeza, las manos, los pies. Los pañuelos son obligatorios, en la esfera de la propia discrecionalidad, como el color del esmalte de uñas. Miro las de mis pies, apenas lacadas de unrojo-berenjena vendetta.
He optado por llevar sandalias y, en el bolso, zapatos cerrados que calzará justo antes de aterrizar en el aeropuerto Imán Jomeini, cuando las mujeres del vuelo, vía Roma, desaparezcan como de costumbre en los lavabos del avión para reaparecer veladas, mutadas en entes cubiertos por una palpable nube de oscuros presagios.
No se asemeja esta imagen a la que yo recuerdo de mi viaje a Irán el pasado enero, ni el ajetreo previo al aterrizaje ni la falta de colorido de los ropajes. En Teherán no es infrecuente ver mujeres conduciendo, trabajando, vistiendo colores claros, maquilladas.
Las películas iraníes ahí están, la última Nader y Simin. Es un libro documentado, mezcla de libro de viajes, actualidad, historia; lástima que no tenga el valor de profundizar en la sociedad iraní y se quede en los tópicos.
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