Ardores de agosto Andrea Camilleri
Estaba durmiendo de tal forma que ni siquiera un cañonazo lo habría despertado. O mejor: un cañonazo no, pero el timbre del teléfono sí.
Un hombre que en los tiempos que corren vive en un país civilizado como el nuestro (es un decir), si oye en pleno sueño unos cañonazos, está claro que los confunde con los truenos de un temporal, las tracas de las fiestas del santo patrón o el desplazamiento de unos muebles por parte de esos cabrones del piso de arriba, y sigue durmiendo como si tal cosa. En cambio, el sonido del teléfono, la melodía del móvil, el timbre de la puerta, eso no, esos son ruidos de llamadas ante las cuales el hombre civilizado (es un decir) no tiene más remedio que emerger de las profundidades del sueño y contestar..
Por consiguiente, Montalbano se levantó de la cama, consultó el reloj, miró a la ventana, comprendió que iba a hacer mucho calor y se dirigió al comedor, donde el teléfono sonaba como un desesperado.
- Salvo, pero ¿dónde estabas? ¡Llevo media hora llamando!
- Perdona, Livia, estaba en la ducha, no oía nada.
Primera mentira de la jornada.
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