La paciencia de la araña A.Camilleri
Se despertó de golpe bañado en sudor y respirando afanosamente. Durante unos segundos no supo dónde estaba, hasta que la respiración ligera y regular de Livia, que dormía a su lado, lo devolvió al mundo conocido y tranquilizador. Se encontraba en su habitación de Marinella. Lo había arrancado del sueño un pinchazo gélido como el filo de una navaja en la herida del hombro izquierdo. No tuvo necesidad de consultar el reloj de la mesilla de noche para saber que eran las tres y media de la madrugada, más concretamente las tres horas, veintisiete minutos y cuarenta segundos. Le sucedía lo mismo desde hacía veinte días, los transcurridos desde aquella mala noche en que Jamil Zarzis, traficante de niños extracomunitarios, lo había herido de un disparo y él, había reaccionado matándolo; veinte días, pero el tiempo parecía haberse detenido en aquel preciso momento.