El mundo de J.J. Millás
Lo diré rápido: aquello no era una academia, era un centro de tortura. El padre Braulio tenía dos secuaces- una mujer y un hombre- cuyos nombres no recuerdo: la mujer daba matemáticas y francés, creo; el hombre, el resto de las asignaturas. Bastaba cometer la mínima falta para que te pegaran, juntos o por separado. Los tres disponían de diversos elementos de tortura colocados amenazadoramente sobre su mesa. El más doloroso y degradante, al menos para mí, era una vara larga y flexible con la que, una vez puesto de rodillas, de cara a la pared y con los brazos en cruz, te azotaban los muslos y las nalgas. Yo me moría de vergüenza cuando me pegaba la mujer y de rabia cuando me pegaban el cura o el hombre.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire