mercredi 25 juin 2025

Tren a Samarcanda G. Yájina

Cuatro mil verstas. Ésa era la distancia exacta que el convoy sanitario de los ferrocarriles de Kazán tenía que recorrer hasta llegar a Turquestán. Pero el tren como tal aún no existía. La orden de enganche se había firmado la víspera: el 9 de octubre de 1923. Tampoco estaban listos los pasajeros: había que recoger, localizándolos en albergues y orfanatos, a niños y niñas de entre dos y doce años. Buscarlos entre los más débiles, los más consumidos. Con lo que sí se contaba ya era con el jefe del convoy ferroviario. Tales funciones recaían en Déyev, un hombre joven pero ya curtido en la Guerra Civil. Lo acababan de nombrar, y el comandante del departamento de transporte Chayánov no se anduvo por las ramas. -Son quinientos niños- le dijo a modo de saludo-. Y los tienes que llevar de Kazán a Samarcanda. El secretario te hará entrega de la orden y las instrucciones. 

Seis años después de la revolución rusa y la guerra que le siguió, el pueblo de Rusia está sometido a la hambruna y la miseria. Los huérfanos proliferan y en este contexto un comandante del ejército recibe el encargo de trasladar a quinientos niños desde Kazán hasta Samarcanda, para alejarlos de lo más crudo del conflicto. Lo más impactante de esta historia ha sido el ambiente casi irrespirable que consigue: de un realismo que a veces resulta incómodo, el viaje del comandante Déyev, la comisaria Bélaya y todo el paisaje de personajes que pintan su escenario. El grupo que viaja es tan heterogéneo como los vagones que conforman el convoy, aunque están unidos por el pasado trágico y el destino incierto. Se diría que llegado el momento solo los mueve la inercia, pero es que cuando la alternativa es la destrucción, solo queda seguir hacia delante: la tragedia es un gran acicate para el optimismo, después de todo. Y es que incluso en lo peor de una vida -de este viaje-, surgen momentos de concesión a ese optimismo, aunque solo sea porque Déyev parece tan dispuesto a llegar hasta el final como si fuera su propia salvación la que dependiera de ello. Quizá es así.
Un placer volver a leer a Guzel Yájina de la que tanto me gustó  “Zuleijá abre los ojos”.


Aucun commentaire: