lundi 28 avril 2025

La clase de griego H.Kang

Borges le pidió a María Kodama que grabara en su lápida la frase: "El tomó su espada, y colocó el metal desnudo entre los dos". Kodama, la hermosa y joven mujer de ascendencia japonesa que fuera su secretaria, se casó con Borges cuando este tenía ochenta y siete años y compartió los últimos tres meses de la vida del escritor. Ella fue quien lo acompañó en su transito postrero, que acaeció en Ginebra, la ciudad donde el escritor  pasó su infancia y donde deseaba ser enterrado. Un crítico escribió en su libro que esa breve frase grabada en su lápida representaba "el filo acerado". Sostenía que esa imagen era la llave que permitía el acceso a la obra de Borges, que esa espada separaba la literatura realista anterior de la escritura borgiana. A mí, en cambio, me sonó más a una confesión personal y callada. La breve frase es la cita de un antiguo poema épico nórdico. La primera y asimismo última vez que un hombre y una mujer pasaron juntos la noche, una espada colocada sobre el lecho separó a ambos hasta la madrugada. ¿Qué otra cosa pudo ser ese "filo acerado" sino la ceguera que aquejó a Borges en sus últimos años y lo aisló del mundo?

Dos personajes: un profesor de griego antiguo semiciego y una mujer atrapada en la mudez. Desconectados del mundo circundante, escindidos de sí mismos, exhalan lo inexpresable mientras se desvanecen. La naturaleza y el silencio emergen como refugio frente al colapso. En ejercicio de total libertad, Kang hace éter de su prosa y la inunda de misterio. Un halo doloroso emana de ella. Por ello no es extraño que la poesía termine invadiendo la página. Al hablar, nos desviamos. El griego y su complejidad filosófica. La emigración y el retorno. La condena social. Constatamos la dificultad de expresarnos: «las palabras no se dejan asir». Cualquier lenguaje nos sumerge en una dura capa de torpeza y extrañamiento. El dolor de la incomunicación.

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