La costilla de Adán A. Manzini
Eran días de marzo,
días que regalan destellos de sol y promesas de la primavera que
está por venir. Los rayos, aún tibios, incluso fugaces, colorean el
mundo e invitan a la esperanza. Pero no en Aosta. Había llovido toda
la noche, y las gotas de aguanieve habían martilleado la ciudad
hasta las dos de la madrugada. Luego la temperatura había descendido
varios grados y claudicado ante la nieve, que cayó en pequeños
copos hasta las seis, cubriendo calzadas y aceras. Al alba, la luz
del sol había despuntado diáfana y febril, revelando una ciudad
blanqueada, mientras los últimos copos revoloteaban y caían en
espiral sobre las aceras. Las nubes ocultaban las montañas y la
temperatura era de unos pocos grados bajo cero. Después se había
levantado inesperadamente un invierno hostil que había invadido las
calles d ella ciudad como una marabunta de cosacos borrachos ,
abofeteando hombres y cosas.
Una mujer aparece ahorcada en su casa, aunque por las marcas del cuello
todo hace pensar en que primero fue asesinada y luego colocada para
simular un suicidio. Las pruebas van apuntando a un culpable, sin
embargo hay algo que no le cuadra al subjefe Schiavone. Curiosamente el
propio diario de la muerta le dará la solución y será Rocco quien, una
vez más, sentencie la pena.
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