Ética para inversores P. Márkaris
No somos muchos. Calculo que, como máximo, cien personas escasas. En mis tiempos de juventud, el partido nos habría pedido explicaciones por el fracaso de la movilización. pero hoy en día, cuando a una decena de personas reunidas en una calle o en una plaza cualquiera ya se la considera una concentración de protesta, nosotros, siendo un centenar, contamos como una muchedumbre. La mayoría de los participantes vienen de nuestro refugio. Dando una vuelta por los demás albergues he conseguido movilizar a unos cuantos más. Completa el total una representación de los sin techo que todavía duermen en la calle. Los transeúntes se detienen y nos observan con curiosidad. Se preguntan, y con razón, qué ha venido a hacer aquí, en la plaza Atikí, un hatajo de caras desconocidas rodeando un féretro. Lo mismo les pasa a los vecinos, que se han asomado a las ventanas y los balcones para entretenerse con el espectáculo.
El narrador alterna el comisario Jaritos con su amigo Lambros, la familia está muy presente en esta historia en la que inversores extranjeros aparecen asesinados sin que nadie reivindique las muertes. Crisis, pobreza, enriquecimiento, emigrantes perseguidos, clase media que desaparece y un movimiento que intenta visibilizar el desamparo del pueblo griego.
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