Recostada cerca del fuego, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el borde de la chimenea, la tía Jadula, más conocida como Yanú Frányisa, la de Ioanis Frangos, no dormía, sino que sacrificaba su sueño al lado de la cuna de su pequeña nieta enferma. La parturienta, la madre de la criatura, se había dormido hacía poco sobre su pobre jergón colocado a ras de suelo. El pequeño candil titilaba, colgado bajo la campana del hogar. Arrojaba más sombra que luz sobre los escasos y miserables muebles, que parecían más limpios y ordenados por la noche. Las tres teas a medio consumir y el gran leño de pie en el fuego arrojaban mucha ceniza, algunas brasas y, por momentos, una llama temblorosa; entonces la vieja recordaba entre sueños a su ausente hija pequeña, Crinió, que si se encontrara en aquel momento en la habitación , canturrearía, como salmodiando, aquello de : "Si es amigo, que se alegre; si enemigo, que reviente..."
Grecia, principios del siglo pasado, allí conocemos a Fragoyanú, una
anciana a la que ha tocado vivir en una época en la que hay más mujeres
que hombres. Mujeres que son menospreciadas y que necesitan enormes
dotes para casarlas, momento en que pasarán de servir en casa a servir
al marido, o la cuñada si es mayor, y luego a los hijos. Una sociedad
que desprecia a un género femenino que encima es superior en número al
masculino por lo que tener una hija no es una noticia para celebrar,
sino un quebradero de cabeza. Tal vez, piensa Fragoyanú, sea mejor que
no nazcan niñas. Y ahí empieza su locura.
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