La oscura memoria de las armas R. Díaz Eterovic
Lo peor era no tener nada que hacer. O casi nada, porque de tanto en tanto me daba el trabajo de encender un cigarrillo, cambiar de casete en el equipo de música y humedecer mi índice derecho para dar vueltas las páginas del libro que leía, sin dejar de estar atento a los golpes que alguien pudiera dar en la puerta de mi oficina. A ratos también intentaba comunicarme con Simenon y cuando el aburrimiento me apretaba el cuello, salía del departamento y bajaba al quiosco de Anselmo a conversar sobre los programas hípicos de la semana y de los mejores ejemplares que habíamos visto correr en distintas etapas de nuestra afición por los caballos y las apuestas. Mi principal ocupación, a falta de clientes que llegaran a la oficina, y lo que me permitía ir tirando por la vida junto con las apuestas afortunadas, consistía en reseñar extensos y aburridos libros de política, sociología, economía y otras ciencias ocultas que pretendían explicar el errático comportamiento del hombre desde sus primeros pasos sobre la tierra.
Heredia debe descubrir a los asesinos de Germán Reyes, un sobreviviente del centro de torturas de Villa Grimaldi que,acaba de ser ejecutado en las puertas de su trabajo. El detective se entromete así en una red de ex militares que lograron, como muchos, eximirse de los juicios reparatorios.
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