mardi 26 avril 2022

Madres e hijos T. Kallifatides

Cuando era niño pensaba que moriría antes que mi madre, de acuerdo con el principio aquel de que el árbol sobrevive a su fruto. Con el tiempo entendí el orden lógico o por lo menos natural de las cosas, y entonces tuve otro problema: ¿acaso podía causarle a mi madre una tristeza tan grande como mi muerte? Ese pensamiento me hizo ser prudente y cauteloso. Mis juegos nunca fueron especialmente osados; por lo general procuraba estar cerca de ella, algo que ella me recuerda con frecuencia, cuando la llamo por teléfono los sábados. 

Ella vive en Atenas. Yo vivo en Estocolmo desde hace alrededor de cuarenta y tres años. Esas llamadas telefónicas son un ritual entre nosotros. Lo mejor es hacerlas por la mañana, cuando ya se ha levantado de la cama y está sentada abrazando su café. Suele ponerse la taza en la barriga. Se bebe el café a sorbos pequeñitos, pequeñitos por miedo a que pueda estar amargo. tres cucharaditas de azúcar es lo mínimo.

La casa materna es el último refugio donde madre e hijo comparten comidas y cafés, recuerdos, confidencias y risas, miradas y silencios. Una forma de complicidad que estrecha ese vínculo íntimo, invisible e inviolable aun en la distancia. Es la celebración del reencuentro, en el que ninguno puede obviar la posibilidad cada vez más real de una última vez. Con un tono nostálgico, un lenguaje sencillo y entrañable, Kallifatides recupera con casi infantil entusiasmo y benevolencia su condición de niño mimado por las atenciones de su madre, y anticipa de alguna manera el vacío de su muerte. Un hilo invisible quedará colgando y ya nada será igual. Cuando eso suceda, volverá (o no) a Grecia, la que fue su patria, y se reencontrará con un pasado que sentirá inevitablemente más lejano y ajeno que nunca. La frase con la que cierra el libro: “Eso es lo que significa tener una madre. Siempre llevas dentro un principio”, maravillosa, encierra en sí misma la esencia del relato.

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