El buen patrón F. León de Aranoa
El buen patrón sigue durante una semana a Blanco, empresario en el sector de las balanzas industriales que quiere preparar su fábrica para una inspección en la que se juega un premio a la excelencia empresarial. Los problemas se le acumulan precisamente en los días en que todo debe estar perfecto, por lo que echa mano de contactos, malas prácticas y triquiñuelas varias para intentar tapar cualquier mancha sobre lo que él considera una gestión impecable. Los tejemanejes de Blanco van desde el paternalismo irritante e hipócrita en el día a día hasta la corrupción o el soborno más o menos directos. Con el personaje de Javier Bardem como guía se acaba llevando palos todo el mundo: los medios de comunicación -y encima la aceptación de la corruptela ni se muestra, se da por supuesta-, el poder político, la inspección de trabajo, los jefes intermedios y hasta los sindicatos por omisión. Más que pesimismo antropológico, es una especie de resignación disfrutona.
La metáfora de la balanza como equilibrio y como justicia es uno de los leit motiv de la película
en la que queda claro que al final vivimos en un mundo de apariencias
en el que lo importante no es tanto que prevalezca una buena calibración
que nos acerque a un resultado preciso y claro, sino más bien ese
resultado... vamos, que el fin justifica los medios. Película redonda, Bardem sublime.
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