El teléfono del viento N. Suwa
El teléfono del viento, séptimo largometraje de Suwa, se enfrenta
al gran trauma nacional del Japón contemporáneo: el desastre de Tohoku. Suwa traba su
acercamiento a partir del viaje de una protagonista huérfana: Haru
(Serena Motola), una adolescente que perdió a sus padres y su hermano en
el tsunami. Todas las escenas de El teléfono del viento
están improvisadas, filmadas en localizaciones reales, y muchas se
nutren de encuentros con personajes auténticos que Suwa incorpora al
relato. El caso más llamativo es la pequeña comunidad de kurdos con la
que Haru se cruza en Tokio: el director concede una pausa al avance
para, simplemente, dar voz y rostro a sus problemas como refugiados en
Japón.
Podríamos decir, entonces, que El teléfono del viento
hereda unas formas y una narrativa fílmica muy concretas para abordar el
trauma nacional. Por si fuera poco, Suwa se preocupa también por
establecer filiaciones entre los desastres de 1945 y 2011. En este
sentido, el periplo de Haru parte de Hiroshima y tiene como destino el
pueblo de Otsuchi, destrozado por el tsunami. El itinerario conecta los
dos puntos del viaje y los dos traumas nacionales y, en perfecta
concomitancia, el director emplea un recurso de circularidad que reitera
el tropo de las ruinas —y con esto incidimos en las conexiones con Children of the Beehive—.
Dos escenas, una inicial filmada en Hiroshima y una cerca del final
sita en Otsuchi, donde las huellas de la pérdida hacen que Haru estalle
desconsolada. Si ponemos tres fotogramas de las dos escenas en paralelo,
la ligazón entre ambas resulta evidente:
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