Melchor está todavía en su despacho, cociéndose en el fuego lento de su propia impaciencia por terminar el turno de noche, cuando suena el teléfono. Es el compañero de guardia en la entrada d ela comisaría: hay dos muertos en la masía de los Adell, anuncia.
- ¿Los de Gráficas Adell?- pregunta Melchor.
- Los mismos-contesta el agente-. ¿Sabes donde viven?
- Junto a la carretera de Vilalba dels Arcs, no?
- Exacto.
- ¿Tenemos a alguien allí?
- Ruíz y Mayol. Acaban de telefonear.
- Voy para allá.
Hasta ese momento, la noche ha sido tan tranquila como de costumbre. A esas horas de la mañana no queda casi nadie en comisaría y, mientras Melchor apaga las luces, cierra el despacho y baja por las escaleras desiertas poniéndose su americana, la quietud de la comisaría es tan compacta que le trae a la menoria sus primeros tiempos allí, en la Terra Alta, cuando todavia era un adicto al estruendo de la ciudad y el silencio del campo le desvelaba, condenándole a noches de insomnio que combatía a base de novelas y somníferos.
Tenemos a Melchor
Marín, un tipo marginal que cambió su vida tras una fortuita lectura en
prisión de "Los miserables", de Víctor Hugo, pasando de delincuente a
policía, casado con Olga y padre de Cosette; y Adell, teóricamente un ciudadano ejemplar, pero
que en realidad carece de escrúpulos. Polos opuestos que en realidad sí
tienen puntos de conexión. Y un crimen: dos viejos atrozmente torturados, un yerno inútil y vanidoso, una única hija ajena la empresa de su padre. Los flashback a la vida de Melchor entretienen en la trama políciaca y el desenlace es un poco inverosimil.
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