samedi 19 décembre 2020

Zuleijá abre los ojos G.Yájina

Zuleijá abre los ojos. Está oscuro, como en una bodega. Al otro lado de la fina cortina, los soñolientos gansos se lamentan. El potrillode un mes retuerce la boca en busca de la ubre materna. Detrás de la ventanita que hay en lo alto de la cabecera de la cama, la ventisca de enero sopla su sorda queja. No obstante, el frío exterior no se cuela por las rendijas, gracias a que el previsor Murtazá selló las ventanas antes de la llegada del invierno. Un buen amo de casa, Murtazá. Y también un buen marido. Ahora ronca abundante y ruidosamente en su lado de la estancia, el lado reservado a los hombres. Duerme, duerme, Murtazá, que el sueño más profundo es el que se tiene antes del amanecer.

Zuleijá tiene treinta años y lleva quince casada con Murtazá. Viven con la suegra, la madre de Murtazá, la Vampira, en dos isbas unidas por un zaguán. Son campesinos y propietarios, propietarios de lo poco que tienen para sobrevivir cada temporada si la cosecha no es mala. Pero desde hace unos años, cuando ellos vienen, tienen que esconder todo lo que poseen para que no se lo lleven. Ellos, los que vienen, responden a nombres extraños y terribles: requisa de alimentos, monopolio de cereales, Éjercito Rojo, Komsomol, comunistas. Como parte del proceso de dekulakización promovido por Stalin a partir de finales de los años veinte, Zuleijá será deportada hacia el este, cruzará los Urales, remontará el rio Yenisei y se adentrará en el Ángara, uno de sus afluentes, para asentarse con todos sus acompañantes en aquella región de Siberia y formar un nuevo pueblo que terminará llamándose Semruk. Zuleijá será deportada por kulak y contrarrevolucionaria, dos palabras que ni siquiera conoce. Por primera vez en su vida, Zuleijá está sola, cosa que nunca antes le había pasado.

Autora a seguir.

 

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