Vitalina Varela P. Costa
Vitalina Varela, un largometraje sobre la vida de la propia Vitalina en el que ella se interpreta a sí misma, es la última obra de Costa. Vitalina Varela, la protagonista caboverdiana de la película, llega a Lisboa demasiado tarde para despedirse de su marido, que acaba de fallecer y al que sólo ha visto dos veces desde que se marchó a Portugal en busca de una vida mejor. Tiene que reconstruir la vida cotidiana de un hombre al que ya no conoce y sus proyectos futuros, que parecen manchados de sangre en la almohada del fallecido. La vida que pudo haber sido, la de una familia reunida en Lisboa bajo un techo seguro, permanece en un estado germinal, como un sueño interrumpido por un despertar brusco.
Vitalina, encerrada en el intransigente claroscuro (excelente trabajo de Leonardo Simões)
de una Lisboa laberíntica y triste, deambula por una tierra que parece
más una pesadilla que un sueño. Desde las primeras imágenes (que
muestran a la protagonista bajando del avión descalza, recibida por un
molesto grupo de trabajadores de la limpieza), queda claro el tono
surrealista de la película, la sustancia escondida detrás de este
filtro: una Lisboa oculta y miserable que no pierde su poder.
La realidad sugestiva contada por Vitalina, confusa por el dolor de haber perdido no sólo a su marido sino también un futuro mejor, es radical en su tristeza desesperada, que se muestra en imágenes casi exclusivamente grabadas de noche, en un claroscuro que recuerda a Caravaggio.
Vitalina Varela transmite una gran desesperación que puede
desalentar a muchos espectadores (los diálogos son muy escasos). Como
una venganza contra sus opresores, Vitalina cuenta su historia sin tener
en cuenta las expectativas de quienes la escuchan (o que la ven) e
impone su ley. Esta es su historia, su película, su venganza personal y
Pedro Costa es su portavoz.
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