A flor de piel J.Moro
La joven se abrió paso a empujones entre las bestias apretujadas en la entrada de su casa siempre en penumbra. Aparte de la peste habitual a orines, a sudor animal y a paja mojada, un tufo a mandrágora la puso sobre aviso. "El médico?", se preguntó extrañada. Sólo se oía el resuello de la vaca y el piar de los polluelos que picaban el suelo afanosamente. Ninguna voz, ningún sonido humano, ningún ladrido salía del interior de la casa usualmente atestada de animales y gente. "Qué raro", pensó isabel. Sabía que su madre estaba dentro, porque guardaba cama. Así que depositó en un altillo el manojo de berzas que su padre le había encargado recoger, se quitó los zuecos sucios de barro y empujó el portón. Olía a humo, a humedad y a rancio.
Novela la historia épica de una mujer y dos hombres que protagonizaron
una impresionante aventura para extender la vacuna de la viruela por los
confines del mundo. En el año 1803 zarpó del puerto de La Coruña una corbeta en la que
viajaban veintidós niños huérfanos cuya misión consistía en llevar la
recién descubierta vacuna de la viruela a los territorios de Ultramar.
Los directores de la empresa eran el médico Francisco Xavier Balmis y su
ayudante Josep Salvany, y la encargada de cuidar de los niños, Isabel
Zendal, una joven luchadora, que tuvo que ocupar con trece años el lugar
de su madre, muerta por la viruela, y que se había sobrepuesto con
esfuerzo y tenacidad a un destino aciago. Engancha.
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