mardi 12 septembre 2017

Hasta que seamos libres S.Ebadi

La historia de Irán es la historia de mi vida. En ocasiones me pregunto por qué me siento tan unida a mi país, por qué el perfil de las montañas Alborz de Tegerán me resulta tan intimo y precioso como la curva del rostro de mi hija y por qué siento una obligación para con mi país que supera a todo lo demás. Recuerdo cuando tantos de mis amigos y familiares comenzaron a abandonar el país , en la dcada de 1980, descorazonados por la lluvia de bombas que caía durante la guerra con Irak y por los puestos de control de la policia de la moral dispuestos por el entonces nuevo Gobierno islámico. Si bien no juzgo a nadie por quere irse, no puedo comprender su impulso. ¿Acaso abandona uno la ciudad donde sus hijos han nacido? ¿Acaso se aleja uno d elos árboles del jardín que plantó cada año, antes de que lleguen a dar granadas y nuevas y aromáticas manzanas?
Para mí era algo impensable.
Y sin embargo, Shirin Ebadi se exila en Londres en 2009. 
Hasta que seamos libres, de Shiri Ebadi (Hamadán, 1947), da pocos motivos para esperar que los iraníes vayan a tener pronto más derechos. Antes bien, su escalofriante descripción de la manera en que el país trata a sus ciudadanos -incluida ella misma, Nobel de la Paz- alimenta el temor de muchos de ellos, según el cual cabe la posibilidad de que, precisamente debido al tratado nuclear, los líderes religiosos piensen que tienen que tratar a su pueblo con más mano dura con el fin de reafirmar su poder y demostrar su autonomía.
Resistió cuando le impidieron seguir siendo juez, con su conocimiento tanto de la ley islámica como del derecho civil, se hizo cargo de los casos de perseguidos y declaró una guerra de trincheras dentro del decadente y corrupto sistema legal iraní. Después de que Ebadi recibiese el Nobel en 2003, los servicios secretos de Irán multiplicaron su ilimitadamente creativa batería de intimidaciones. La vigilaron, la detuvieron y la amenazaron. Después de permanecer en el Irán posrevolucionario durante tres décadas, en la época de las protestas estudiantiles y de su violenta disolución en 2009, Ebadi decidió no volver de un viaje al extranjero al enterarse de que hacía tiempo que figuraba en una lista oficial de personas a las que había que asesinar.
La segunda parte del libro describe un buen número de interesantes contradicciones entre los líderes religiosos y sus bases, sus luchas internas y la peligrosa paranoia que impregna Irán. La autora sitúa en contexto la intervención iraní en la guerra civil siria argumentando que el objetivo del Gobierno no es solo fomentar sus intereses, sino que también se propone demostrar a su propia población que un levantamiento popular en el país sería aplastado sin piedad.
Llama la atención el profundo amor que tiene por su país, el desgarro que le supone tener que vivir exiliada, sin sus amigos de siempre, sin su familia. También sorprende por su tradicionalismo y su fé, Ebadi dista mucho de ser una revolucionaria. 

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