Hasta que seamos libres S.Ebadi
La historia de Irán es la historia de mi vida. En ocasiones me pregunto por qué me siento tan unida a mi país, por qué el perfil de las montañas Alborz de Tegerán me resulta tan intimo y precioso como la curva del rostro de mi hija y por qué siento una obligación para con mi país que supera a todo lo demás. Recuerdo cuando tantos de mis amigos y familiares comenzaron a abandonar el país , en la dcada de 1980, descorazonados por la lluvia de bombas que caía durante la guerra con Irak y por los puestos de control de la policia de la moral dispuestos por el entonces nuevo Gobierno islámico. Si bien no juzgo a nadie por quere irse, no puedo comprender su impulso. ¿Acaso abandona uno la ciudad donde sus hijos han nacido? ¿Acaso se aleja uno d elos árboles del jardín que plantó cada año, antes de que lleguen a dar granadas y nuevas y aromáticas manzanas?
Para mí era algo impensable.
Y sin embargo, Shirin Ebadi se exila en Londres en 2009.
Hasta que seamos libres, de Shiri Ebadi (Hamadán, 1947),
da pocos motivos para esperar que los iraníes vayan a tener pronto más
derechos. Antes bien, su escalofriante descripción de la manera en que
el país trata a sus ciudadanos -incluida ella misma, Nobel de la Paz-
alimenta el temor de muchos de ellos, según el cual cabe la posibilidad
de que, precisamente debido al tratado nuclear, los líderes religiosos
piensen que tienen que tratar a su pueblo con más mano dura con el fin
de reafirmar su poder y demostrar su autonomía.
Resistió cuando le impidieron seguir siendo juez, con su conocimiento tanto de la ley islámica como del derecho
civil, se hizo cargo de los casos de perseguidos y declaró una guerra de
trincheras dentro del decadente y corrupto sistema legal iraní. Después de que Ebadi recibiese el Nobel en 2003, los servicios secretos
de Irán multiplicaron su ilimitadamente creativa batería de
intimidaciones. La vigilaron, la detuvieron y la amenazaron. Después de permanecer en el
Irán posrevolucionario durante tres décadas, en la época de las
protestas estudiantiles y de su violenta disolución en 2009, Ebadi
decidió no volver de un viaje al extranjero al enterarse de que hacía
tiempo que figuraba en una lista oficial de personas a las que había que
asesinar.
La segunda parte del libro describe un buen número de
interesantes contradicciones entre los líderes religiosos y sus bases,
sus luchas internas y la peligrosa paranoia que impregna Irán. La autora
sitúa en contexto la intervención iraní en la guerra civil siria
argumentando que el objetivo del Gobierno no es solo fomentar sus
intereses, sino que también se propone demostrar a su propia población
que un levantamiento popular en el país sería aplastado sin piedad.
Llama la atención el profundo amor que tiene por su país, el desgarro que le supone tener que vivir exiliada, sin sus amigos de siempre, sin su familia. También sorprende por su tradicionalismo y su fé, Ebadi dista mucho de ser una revolucionaria.
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