La caída de Madrid R.Chirbes
Don José Ricart se había levantado de mal humor. A las seis de la mañana había encendido la luz de la lámpara de la mesilla con la sensación de que la noche se le estaba haciendo muy larga, y, al ver que aún era temprano para vestirse, se había incorporado en la cama, doblando la almohada para que le protegiera la espalda, y, en esa posición, había vuelto a tener unas irresistibles ganas de fumar, algo que lo había perturbado notablemente porque no guardaba tabaco en la habitación. Hacía casi veinte años que , por prescripción médica, no fumaba cigarrillos, pero periódicamente se acordaba de ellos como si se hubiera fumado el último diez minutos antes.Se permitía un puro en la sobremesa de algunos días señalados, como el de hoy, diecinueve de noviembre, en que se fumaría un buen cohiba con su amigo Maxi, en Jockey, para celebrar el cumpleaños.
El autor indaga en
la evolución de la sociedad española de la posguerra, aquí el 19 de noviembre de 1975, pocas horas antes de conocerse públicamente
la muerte del general Franco. Y ha aplicado la lente de aumento a un
retablo de personajes de análoga jerarquía textual, ninguno de los
cuales destaca por encima de los demás en la atención del autor. Podría
hablarse de un relato coral -aunque con un número de tipos relativamente
limitado-, y lo es por el propósito mantenido de no otorgar
protagonismo alguno a los sujetos individuales, subrayando de este modo
su pertenencia a una colectividad.
Son 20 capítulos organizados en dos partes: la mañana y la tarde, en los
que va dando protagonismo a cada uno de los personajes. Aunque el
tiempo externo se corresponde con un día, y el espacio se limita a
Madrid, sin embargo son frecuentes los saltos de tiempo y espacio a
partir de las reflexiones y recuerdos de los personajes: estraperlo,
vacaciones en Jávea, la cárcel...
Hay un narrador en 3ª persona, no omnisciente, acompañado de estilo
indirecto libre y monólogos interiores de los personajes, que se nos van
desvelando con un lenguaje propio, y que van construyendo su propio
discurso. Chirbes deja que cada uno se presente, se explique, se
justifique... sin que el narrador intervenga directamente para
moralizar o hacer juicios de valor, en todo caso, trasluciendo una
cierta ironía y distancia.
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