El club de los filósofos asesinos J.Murillo
Henry Gaumont no creía en el azar. Menuda tontería. La casualidad no puede explicar en modo alguno ese despropósito enojoso que hace que uno se tope de bruces al doblar una esquina con el enemigo de antaño, apenas unos minutos después de haber recordado su existencia y los agravios pendientes- se repetía con frecuencia-. Seguro que esas cosas las planeaba algún ente maligno, algún diablo, porque Dios, de existir, no podía ser tan ladino.
Sitúa la acción en París, atrapa al principio, la segunda parte es más previsible. Acerca del uso de la fuerza y el crimen, en manos del Estado Derecho, en manos del individuo venganza ilegal.
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