Josefine y yo H.M. Enzensberger
5 de septiembre de 1990
Ayer por la tarde hice una buena acción. No fue del
todo voluntaria, sino más bien producto del azar. El azar es la excusa de los
que no encuentran razones. Me dirigía a casa. La anciana dama que caminaba tres
pasos por delante de mí solo me había llamado la atención por su sombrerito de
terciopelo verde provisto de un blanco velo. Decir que la salvé sería decir
demasiado. El incidente que me hizo conocerla fue literalmente un accidente,
protagonizado por un escúter que venía por detrás y me adelantó casi rozando.
Así se produce el encuentro, como agradecimiento una
invitación a tomar el té que se repetirá unos cuantos meses. Entre la vieja dama, antigua cantante de lied y el
economista surgen conversaciones llenas de sentido común.
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