Acqua alta Donna Leon
Reinaba tranquilidad hogareña. Flavia Petrelli, diva reina de La Scala picaba cebolla en la caldeada cocina. Dispuestos ante sí tenía varios tomates de pera, dos dientes de ajo cortados en finas láminas y dos rollizas berenjenas. Mientras trabajaba inclinada sobre el mármol, Flavia cantaba llenando la cocina de las áureas notas de su voz de soprano. De vez en cuando, retiraba con la muñeca un oscuro mechón de cabello que, no bien quedaba recogido detrás de la oreja, volvía a saltar sobre la mejilla.
En el otro extremo de la vasta habitación que ocupaba la mayor parte del último piso del palazzo veneciano del siglo XIV, Brett Lynch, su proprietaria y amante de Flavia, estaba ecgada en un sofá beige con los pies descalzos apoyados en un brazo del mueble y la cabeza en el otro, siguiendo la partitura de I Puritani, cuya grabación lanzaban al aire a todo volumen, los vecinos , a chincharse, dos altavoces alargados que descansaban en pedestales de caoba.
Una americana especialista en cerámica china antigua, Venecia en ivierno anegada, unas estatuas chinas que son falsificadas, un mafioso dispuesto a todo para salvar su colección y un comisario Brunetti amigo de la cantante de ópera que resolverá el caso.Falta rítmo.
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