samedi 26 septembre 2009

El cerebro de Kennedy H.Mankell

Henrik vivía en la tranquila calle de Tavastgatan, apartada de las más transitadas del barrio de Söder. Marcó el código de la puerta prguntándose si seguiría siendo el mismo que la última vez, la fecha de la batalla de Hastings, 1066. la puerta se abrió. Henrik vivía en la última planta del edificio y, desde sus ventanas, divisaba los tejados de las casas y las torres de las iglesias. Además, el joven le había contado, para horror de su madre, que si se dedicaba a fhace equilibrios por la delgada barandilla de una de sus ventanas, podía entrever las aguas del Strömmen.
Llamó al timbre dos veces. Después abrió la puerta. Notó que el apartamento olía a cerrado.
En ese preciso momento, sintió miedo. Allí había algo raro. Contuvo la respiración y aguzó el oído. Desde el vestíbulo se veía la cocina. "Aquí no hay nadie", se animó. Dijo en voz alta que ya había llegado, pero nadie respondió. Desapareció el temor. Se quitó el abrigo y los zapatos. No había ninguna carta ni ningún folleto publicitario en el suelo del vestíbulo, de lo que dedujó que Henrik no se había ido de viaje. Se dirigió a la cocina. El fregadero estaba vacio. La sala de estar aparecía en un orden inusual y el escritorio estaba despejado. Abrió entonces la puerta del dormitorio.

vendredi 25 septembre 2009

El contador de historias de R. Alameddine

Escuchad! Dejad que sea vuestro dios. Dejad que os guíe en un viaje hacia los confines de la imaginación. Dejad que os cuente una historia.
Hace mucho, mucho tiempo, en una tierra remota vivía un emir en una hermosa ciudad, una ciudad verde llena de árboles y de exquisitas fuentes burbujeantes cuyo susurro arrullaba a los ciudadanos por las noches. Puede decirse que el emir tenía todo cuanto un hombre puede desear, a excepción de lo que más anhelaba su corazón: un hijo varón. Gozaba de riquezas, heredadas y logradas. Gozaba de buena salud y una dentadura fuerte. Gozaba de estatus, encanto, respeto. Gozaba de la adoración de su preciosa esposa y de la admiración de su pueblo. Tenía un pedicuro experto. Llevaba veinte años de matrimonio y doce hijas, pero ningún varón. ¿Qué podía hacer?